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sábado, 21 de marzo de 2020

YO TOQUÉ EL ORO DE LA CULTURA NAZCA

Escribe: Víctor Hugo Cárdenas Torres
Siempre he sido escéptico respecto a lo sobrenatural. Sin embargo, en el trayecto de la vida he aprendido a respetar la cosmovisión. Decía mi abuelo José Miguel:"hay personas especiales que tienen oído y ojos para escuchar y ver cosas sobrenaturales".
En la década del 60, mi padre Pablo Miguel me invitó a viajar a Arequipa:"es bueno que conozcas la tierra donde se encuentran las raíces de mi padre José Miguel Cárdenas Valencia" anotó con marcado énfasis.
YO TOQUÉ EL ORO DE LA CULTURA NAZCA
Partimos hacia la legendaria Ciudad Blanca en uno de los camiones de mi padre. Transportábamos un cargamento de papas hacia el Mercado de San Camilo. El clima abrasador del sur peruano hacía tedioso el viaje. Habíamos pasado 30 kilómetros al Sur de Nazca, cuando recalentó el motor del camión, se había roto la faja del radiador. Mi padre me mira y ordena arbitrariamente:"Toma la galonera y regresa a Nazca para que compres una faja para el radiador y traes agua. Yo me quedo porque tengo que cuidar el cargamento de papa".
Sin dudas ni murmuraciones, emprendí el tortuoso retorno a la ciudad de Nazca, a pie, porque por idiosincrasia los transportistas sureños no recogen a nadie en la carretera por temor a ser asaltados. Para no parecer "un loco" que deambulada por la pista, subí a los cerros y caminé bajo el sol abrasador hasta llegar a mi destino.
Luego de comprar la susodicha faja y llenar mi galonera de agua, inicié el nuevo recorrido de 30 kilómetros. Promediaban las 11 de la mañana. El agotamiento físico cobraba ribetes de dramatismo, por el peso de la galonera y el sol abrumador que calaba hasta los huesos. Por ratos, sumamente exhausto caía al arenal y luego de tomar un segundo aire volvía a levantarme para seguir el camino.
En una de esas caídas, al levantar la vista noté que algo brillaba con suma intensidad a unos cien metros de distancia. Me refregué los ojos y moví fuertemente la cabeza de un lado a otro creyendo que estaba sufriendo un cuadro de espejismo. Sin embargo, el resplandor seguía allí. En ese momento recordé que Nazca fue una cultura pre-inca que dejó muchos vestigios de su riqueza material y cultural.
De pronto, en ese árido arenal, donde no crecía nada,  misteriosamente apareció a mi lado un palo, tipo cayado, lo tomé y me acerqué sigilosamente al objeto brillante. A pocos metros descubrí que se trataba de un hermoso huaco multicolor que tenía en la boca un pedazo de tejido como tapón. Rampeando me acerqué al límite y con el palo retiré el textil y di vuelta al huaco para ver que tenía en su interior. Ohhhhh, sorpresa, eran pepas de oro. Rápidamente me saqué la camisa, envolví el tesoro hallado y me lo amarré al cuello.
Cuando iba a reemprender mi camino, de pronto veo al frente multiplicarse los objetos brillantes cada uno a mayor distancia del otro. Por un momento me invadió la ambición y pensé que era la oportunidad de hacerme millonario con tanta riqueza. Sin embargo, intuitivamente miré mi reloj y vi que marcaba las 12 del día, recordé que mi abuelo decía que era una hora muy pesada, hora de encantos, de apariciones, entre otras cosas sobrenaturales. Obviamente, me invadió un profundo temor y opté por retirarme.
Pero, antes clavé fuertemente el palo en la arena para que sirva de señal si decidiera volver por el tesoro. Al llegar al camión, narré lo vivido a mi padre quien al ver el maravilloso huaco multicolor y las pepas de oro, reaccionó como todo ser humano:"Qué importa el camión, qué importan las papas, vamos por el tesoro", dijo resueltamente ingresando a las pampas. Sin embargo, Ohhhhhh decepción, luego de dar vueltas y vueltas por la zona, no encontramos ni el lugar de objetos brillantes, ni el palo que dejé como señal, ni tesoro alguno, por lo que regresamos cabeza gacha al camión, con nuestro frustrado deseo de grandeza.
Al llegar al mercado arequipeño de San Camilo, mi padre distribuyó la papa y me dejó-deliberadamente- encargado de registrar a los comerciantes que nos iban a pagar en cuotas en un plazo de dos semanas. Al atardecer, mi padre retornó risueño, invitándome a comer "lo que yo gustase" en el mejor restaurant típico arequipeño. En la entremesa me comentó que un amigo le había comprado el huaco, oro y tejido que encontré en las pampas nazqueñas. Me invadió cierto sentimiento de rebeldía, pero decidí respetar la decisión de mi padre. Finalmente, él me había invitado a tan enigmático viaje.
Resultado de imagen para gráfico de riquezas de la cultura nazca. 

1 comentario:

  1. Víctor Hugo Cárdenas Torres, cuenta con sabrosa pluma un hecho de su juventud, que para un lector juvenil podria podria parecerle ficción. Al respecto, en nombre de mi historia familiar, de parientes de Gamarrita (primo hermano de mi padre), que hechos como el narrado por el autor, sólo están reservados a los qué, "tienen ojos de ver".

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